Se despertó confundida, en una cama que no era la suya,
pero enseguida supo dónde estaba.
La luz se filtraba por las rojas cortinas.
Se desperezó y saltó de la cama, semidesnuda,
con una camisa mal abrochada, un coulotte de encaje negro,
y las dos coletitas deshechas.
Caminó lentamente por el largo pasillo, tocando la pared con los dedos.
Al llegar a la cocina, se sentó en la mesa y se llevó el vaso de zumo a los labios.
Él la miró de reojo y le sirvió un cuenco con cereales y leche.
- Ya son las tres, has dormido hasta tarde, pero puede que aún puedas...
- No. Hoy no quiero volver a casa.