11.8.08

Gotas de serenidad.

Bajo del autobús y una ráfaga de viento me hace coger con fuerza el bolso y el paraguas, el cual permanece cerrado.

La lluvia cae sobre mí empapando mi pelo y mi ropa. La falda se me pega a las piernas, y al quitarme la capucha puedo sentir una gota de agua empezar a recorrer mi nuca, camino a mi espalda. Las manos se me mojan, y siento cuchillos de frío atravesarme la piel. Comienzo a andar mientras la lluvia aumenta su intensidad.

La gente corre con sus paraguas o pasa debajo de las cornisas de los balcones, en un vano intento de no mojarse. Me observan como si no estuviera bien de la cabeza. Mientras tanto, sigo paseando. La lluvia sigue cayendo y sólo se escuchan las gotas sobre el asfalto, sobre la acera, sobre las hojas de los árboles. Los pitidos de los coches, los pasos apresurados de la gente.

De un salto me meto en un charco, más profundo de lo esperado. Sorprendida ante el frío del agua, suelto una carcajada, intensificada ante la mirada atónita de una señora mayor con una bolsa en la cabeza.

Al pasar por las vías de tren, me pongo a hacer equilibrios sobre ellas, sin importarme el caer, el mojarme, o que el tranvía pase.

Soy feliz.

Mojada, con la ropa pegada al cuerpo, con la lluvia sucia de una ciudad contaminada cayendo sobre mi...

Soy feliz.

Sí, creo que estoy loca.

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